
En un rincón del Bosque de las Maravillas, vive el gato de Cheshire, un gato anaranjado con rallas negras las cuales al reflejar el sol se tornan azules o doradas, depende de quien las vea. Tiene una sonrisa que te envuelve y que te hace viajar a rincones muy profundos de tu alma, tan profundos que te puedes perder en ellos.
El gato es tan grande por adentro, que puedes volar y descubrir mientras más te internas en él, un mundo sin fin en el cual habitan todos los ratones, canarios y peces que el felino se ha comido. Deambulan en una vida eterna o tal vez en una muerte en vida, como los pecadores que habitan el infierno de Dante, sufriendo y pagando sus culpas una a una.
De pronto el gato se para en sus patas traseras y estornuda y tú sales volando de él, luego desaparece y te encuentras a ti mismo viejo, en una casa extraña con personas que nunca antes has visto y que te hablan y te dicen un nombre que no recuerdas y te abrazan y dicen que son tus hijos, mientras una enfermera te da en la boca una compota de manzana que sabe más a pollo, luego miras fijamente en la compota y ves nuevamente al gato que te mira y de pronto la compota y las personas desconocidas ya no están más. Sólo están el gato el árbol y tú; luego el gato desaparece aunque por partes, pero definitivamente sabes que sigue allí, riéndose de ti una y otra vez.
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