
La niña recogió del suelo la comida dispersa que llevaba en la cesta, se limpió la sangre del labio, se quitó el fango del vestido, se puso encima la caperuza y siguió su camino, mientras caminaba reflexionaba de lo cansada que estaba de acusar de sus golpes, moretones y heridas al lobo feroz y ocultar la verdad, de que nuevamente su padre, el leñador (el verdadero mounstruo), la había ultrajado en el silencio del bosque.
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