miércoles, 14 de mayo de 2008

LADO B DE LA FABULA.


Cuéntame un cuento, decía la jorobada y verde mujer a su peludo y fauzulento novio que movía su cola sin cesar.
Ella se sienta junto al caldero de las pócimas, en una silla parlante que se queja de su voluminoso peso, ella se saca los zapatos negros con hebilla y se rasca los callos y uñeros con un peculiar artefacto hecho con los bigotes de un gato que antes de morir usaba botas.
Mientras tanto, él se limpia los restos de una caperucita roja de entre sus cánidos colmillos. Desnudo, muestra todo su pelaje gris y se recuesta seductor sobre la cama. Con su gruesa y tétrica voz le dice a su amada: ¿Quieres que te cuente uno de terror esta vez?
Ella que hasta ese momento revolvía el caldero con uno de los huesos que quedaron del festín que se dio con la carne de un pobre niño llamado Hansel, lo mira y mueve coquetamente la verruga de su nariz asintiendo mientras acomoda su escoba voladora junto a la cama en la cual se acurruca románticamente junto a él.

Él comienza muy solemne mientras se rasca una de sus puntiagudas y peludas orejas y dice: “Había una vez un mundo de rascacielos y carruajes de metal, empujados por caballos invisibles. Un mundo de crueles seres llamados humanos, quienes vestían sádicos trajes con sogas de colores atadas a sus cuellos; sus mujeres paradas en dolorosos zancos puntiagudos y en ropajes apretados e intoxicantes maquillajes, caminando sin cesar por bosques de piedra contaminados de progresivos y ensordecedores ruidos. Embobados todos por el triste menester de trabajar para comer y vivir para trabajar, dejando de soñar y creer en la magia a tierna edad, para convertirse en seres fríos y vacíos habitados por la decepción y el temor”.

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